La evaluación de fuentes de información es tarea habitual en el mundo de las bibliotecas y la documentación porque una de sus principales actividades consiste en seleccionar entre el conjunto total de la información aquélla que resulta más relevante para su colección y que es accesible a su siempre escaso presupuesto. Esto ha sido más patente en el caso de las obras de referencia dada su importancia como elemento sustentante del fundamental servicio de información bibliográfica, su especial carestía y su relativamente rápida obsolescencia. Los teóricos de la bibliografía –sobre todo– han establecido criterios para realizar dicha evaluación. Del conjunto de elementos que han considerado preciso analizar sobresalen (Cordón, 2003):
— el contenido intelectual de la obra: en el que destaca la autoridad (el autor y el editor), los elementos que constituyen la obra (ilustraciones, guías de uso, tablas, notas a pie... y fundamentalmente la bibliografía, que da idea de la competencia y calidad del documento), el estilo, la organización del contenido, su fiabilidad y exhaustividad respecto a los propósitos de la obra y su actualización y puesta al día.
— la presentación material de la obra: encuadernación, manejabilidad y peso, legibilidad.
La diferencia entre la información disponible en la web y la impresa estriba en el formato y la forma de creación y difusión (que no es poco) porque en relación con los contenidos son exactamente iguales. En el mundo editorial siempre existe un filtro para la publicación de las obras: un editor, un comité editorial o un comité científico deciden qué es lo que merece ser publicado. No significa que siempre acierten ni que logren que se publique todo lo que es importante; pero sí aseguran unos criterios mínimos de calidad.
Pues bien, en el mundo de hoy, casi cualquier persona del mundo más desarrollado, dispone de herramientas que hace poco tiempo no estaban al alcance ni de editoriales medianas. El resultado es que casi cualquiera puede crear una página web y llenarla de contenidos de todo tipo: textuales, icónicos, sonoros... Cuando alguien se adentra en un mundo en el que convive información tan variopinta resulta difícil conducirse por él. Hay que recordar que la web es enorme y en gran medida invisible: los más potentes buscadores sólo son capaces de vislumbrar una pequeña parte de toda su capacidad y a pesar de ellos son capaces de indexar 11.500 millones de páginas web. Resulta por eso imprescindible contar con algún medio que nos indique si la información que encontramos es adecuada. Como dice Aguillo (2000) se ha convertido en una demanda social acuciante la necesidad de organizar y gestionar la información de la web debido a la ingente cantidad y diversidad de la información, a su organización aparentemente caótica, a la heterogeneidad formal de contenidos y a su alta volatilidad. Y, como él mismo plantea, en modo alguno se puede identificar la web en su conjunto con una biblioteca o base de datos.Es preciso, por tanto, evaluar. En realidad todos evaluamos: la biblioteca para conseguir llenar sus estantes, físicos y electrónicos, de documentación pertinente y crear directorios de recursos, los profesores para apoyar su programa académico y seguir formándose, los alumnos para mejorar sus conocimientos y conseguir más con el menor esfuerzo, los sistemas de información sobre la información para proporcionar herramientas potentes que ahorren trabajo a los investigadores... Consciente o inconscientemente examinamos si se cumplen, y en qué medida, una serie de requisitos y tomamos una resolución en consecuencia. Eso es evaluar: analizar para tomar decisiones. Estas decisiones pueden ser más o menos complejas, más o menos comprometidas: de su necesidad y naturaleza dependerá en buena medida el nivel de profundización que se aplique en el análisis de las fuentes, porque es evidente que lo que para unos es elemento sustancial para otros no tiene valor.
— el contenido intelectual de la obra: en el que destaca la autoridad (el autor y el editor), los elementos que constituyen la obra (ilustraciones, guías de uso, tablas, notas a pie... y fundamentalmente la bibliografía, que da idea de la competencia y calidad del documento), el estilo, la organización del contenido, su fiabilidad y exhaustividad respecto a los propósitos de la obra y su actualización y puesta al día.
— la presentación material de la obra: encuadernación, manejabilidad y peso, legibilidad.
La diferencia entre la información disponible en la web y la impresa estriba en el formato y la forma de creación y difusión (que no es poco) porque en relación con los contenidos son exactamente iguales. En el mundo editorial siempre existe un filtro para la publicación de las obras: un editor, un comité editorial o un comité científico deciden qué es lo que merece ser publicado. No significa que siempre acierten ni que logren que se publique todo lo que es importante; pero sí aseguran unos criterios mínimos de calidad.
Pues bien, en el mundo de hoy, casi cualquier persona del mundo más desarrollado, dispone de herramientas que hace poco tiempo no estaban al alcance ni de editoriales medianas. El resultado es que casi cualquiera puede crear una página web y llenarla de contenidos de todo tipo: textuales, icónicos, sonoros... Cuando alguien se adentra en un mundo en el que convive información tan variopinta resulta difícil conducirse por él. Hay que recordar que la web es enorme y en gran medida invisible: los más potentes buscadores sólo son capaces de vislumbrar una pequeña parte de toda su capacidad y a pesar de ellos son capaces de indexar 11.500 millones de páginas web. Resulta por eso imprescindible contar con algún medio que nos indique si la información que encontramos es adecuada. Como dice Aguillo (2000) se ha convertido en una demanda social acuciante la necesidad de organizar y gestionar la información de la web debido a la ingente cantidad y diversidad de la información, a su organización aparentemente caótica, a la heterogeneidad formal de contenidos y a su alta volatilidad. Y, como él mismo plantea, en modo alguno se puede identificar la web en su conjunto con una biblioteca o base de datos.Es preciso, por tanto, evaluar. En realidad todos evaluamos: la biblioteca para conseguir llenar sus estantes, físicos y electrónicos, de documentación pertinente y crear directorios de recursos, los profesores para apoyar su programa académico y seguir formándose, los alumnos para mejorar sus conocimientos y conseguir más con el menor esfuerzo, los sistemas de información sobre la información para proporcionar herramientas potentes que ahorren trabajo a los investigadores... Consciente o inconscientemente examinamos si se cumplen, y en qué medida, una serie de requisitos y tomamos una resolución en consecuencia. Eso es evaluar: analizar para tomar decisiones. Estas decisiones pueden ser más o menos complejas, más o menos comprometidas: de su necesidad y naturaleza dependerá en buena medida el nivel de profundización que se aplique en el análisis de las fuentes, porque es evidente que lo que para unos es elemento sustancial para otros no tiene valor.
Disertación presentada por: Pia Enero
Prosperina Díaz
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